La reforma laboral permanente

viernes, 17 de mayo de 2013


Hasta ahora, desde la aprobación en 1980 de El Estatuto de los Trabajadores, más o menos cada lustro, el mundo del trabajo ha sufrido una reforma laboral que, en general, ha ido debilitando a la tradicional “parte débil” en la dialéctica del trabajo, es decir, al trabajador. Así, los distintos gobiernos del PP y del PSOE han horadado paso a paso un sistema de relaciones laborales mucho más equilibrado que el actual y peleado por un movimiento obrero fuerte, concienciado y movilizado durante la transición.

En 1984 el PSOE de Felipe González aprueba el gran cajón de sastre de la contratación temporal, dando inicio a la era de la precariedad. En el olímpico 1992 se insiste en potenciar la temporalidad y se reducen las prestaciones por desempleo. En 1994, gobernando aún el PSOE, se amplía la flexibilidad laboral, se facilitan los contratos formativos con menos derechos, se desregula la negociación colectiva y aparecen las ETT´s, que desde entonces se convierten en el gran agente precarizador del mercado de trabajo. En 1997, ya con Aznar en la presidencia del Gobierno se facilita el despido con importantes rebajas en las indemnizaciones para los contratos indefinidos. Durante 2001 y 2002 el PP insiste en abaratar el despido y también limita el acceso a las prestaciones de paro. Por último, en 2006, de nuevo con el PSOE de Zapatero en el poder tiene lugar la última reforma antes de la actual crisis, la cual se limita a aumentar las subvenciones a las empresas para la contratación y mantiene todo el sistema de temporalidad, cuya tasa en esos momentos era realmente escandalosa.
 

En este punto, cuando el neoliberalismo en bloque  teorizaba sobre el crecimiento infinito, el fin de las ideologías o lo absurdo de la lucha de clases, nos estalla en la cara, en la de unos más que en la de otros, la enésima crisis capitalista, pero esta vez con una intensidad y duración inéditas y de consecuencias impredecibles.

Desde el inicio de la crisis sistémica que nos atenaza se han ido sucediendo varias modificaciones laborales a través, fundamentalmente de Reales Decretos, esa cómoda herramienta del ejecutivo, pero de dudosa ética democrática de la cual se abusa especialmente en el  terreno laboral.

 La primera de esta batería regresiva de cambios en las normas del derecho del trabajo se lleva a cabo en 2010 y 2011, de nuevo por el PSOE que, a pesar de su ya evidente agonía política en ese momento, demuestra un ímpetu digno de mejor causa para facilitar el despido, la flexibilidad interna en las empresas y la ampliación de la edad de jubilación y de los años de cómputo, reduciendo de forma importante la cuantía de las pensiones.

Todavía en 2011 pero ya con el PP en el Gobierno, se aprueba la voladura del modelo de negociación colectiva cuya esencia se basaba en pilares como la ultra actividad de los convenios, o su eficacia normativa y “erga omnes”. Todos estos principios desaparecen en pos de una individualización de las relaciones laborales, pretendida desde siempre por la patronal y servida ahora en bandeja.

Al año siguiente, 2012, Se lleva a cabo una reducción más del coste del despido descausalizándolo, y, por lo tanto, facilitándolo, tanto en el plano individual como en el colectivo, incluyendo a los trabajadores de las administraciones públicas en el paquete. También se profundiza más en desregulación de los convenios colectivos, priorizando el convenio de empresa y se crea un nuevo contrato hiperprecario con un año de periodo de prueba, que muchos expertos consideran sencillamente inconstitucional.

Por último, durante este año, hemos asistido ya a un retroceso importante en cuanto a la posibilidad de jubilarse de manera anticipada o parcial, y a recortes en los subsidios para los parados más necesitados (mayores de 52 años). A pesar de todo ello, los trabajadores continuamos tachando viernes en nuestros calendarios esperando la próxima modificación: reducción de prestaciones por desempleo, ampliación inmediata de la edad de jubilación, contrato único, despido gratuito,…hagan sus apuestas.

Ya no cabe, por tanto, hablar de reformas laborales concretas, sino que asistimos a una reforma continua, a un acoso y derribo permanente, sistemático contra los derechos laborales conseguidos tras décadas de movilización, lucha y reivindicación del movimiento obrero entendido como sujeto histórico imprescindible para entender el origen del derecho del trabajo. Esta reforma permanente percute sin cesar, sin ningún tipo de imaginación ni valentía, sin tan siquiera intentos de negociación y, por supuesto sin ningún tipo de compasión, sobre la inmensa mayoría de la sociedad aplicando las recetas neoliberales que precisamente están detrás de la crisis: individualización de los relaciones laborales, flexibilidad total, de entrada (contratación precaria), interna (movilidad funcional extrema), y de salida (despidos sin causa y sin indemnización), y, por supuesto, recortes en prestaciones de seguridad social (pensiones y desempleo).

Los testarudos y evidentes hechos son que estas medidas sólo están generando más paro, más necesidades, más desprotección, menos demanda interna, más exclusión,  incluso menos productividad entendida desde un punto de vista avanzado, es decir más crisis. Sin embargo, nada indica que nuestros gobernantes estén dispuestos a cambiar de rumbo. Tendremos que ser la tripulación quienes tomemos el timón, poniendo proa hacia un modelo de relaciones laborales justo, equilibrado y solidario aunque el viento de los poderosos y privilegiados sople fuerte contra esa dirección.

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